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31 de Diciembre 2003

San Silvestre

EXTERIOR, DÍA. Una barriada concreta o, mejor, una cualquiera.

A planta la planta del pie derecho sobre la fachada del bloque de pisos, el culo sobre el talón y las manos en los bolsillos. Silba cíclicamente "Guárdame" de Javier Ruibal, y gira el cuello (cada dieciseis compases, más o menos) para comprobar que la persiana del tercer piso sigue bajada... "y tu corazón sin dueño", coda por bulerías.

Antes de que la canción dé otra vuelta más sale alguien del portal, un VECINO, unos treinta años:

V: Hasta mañana no viene.

A: Vaya, qué mal.

Y el que esperaba saca ambas manos de los bolsillos, una con un cigarro, otra con el mechero, y prende el primero como pausa valorativa.

V: ¿Qué querías?

A: Quería dos.

V: ¿Doce?

A: Aro.

V: Si quieres te dejo quince a treinta.

A: Qué va, tío, hazte dos, ¿no?

V: Venga. Hasta ahora.

("...y los juegos del espejo, y tu pecho y tu lunar...")

V: Mira qué lengua, chaval. Está caliente.

A: La mejor comida, la de microondas, ¿que no? Jajaj, está de arte, quillo. Gracias, gomita buena.

V: Jejeje, anda, ten cuidao no te vayas a atragantar. Dame un cigarro.

A: Toma.
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Cuando el reloj marcaba 2:29 PM |  2 comentarios 

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1 de Septiembre 2003

Por un día? (post global)

A nunca pensó que en el 2023 pudieran hacerse viajes de trabajo... ¡en el tiempo! Caballos de Troya aparte, ignoraba que las grandes multinacionales adiestraran a algunos de sus empleados para realizar misiones (de marketing) espacio-temporales: en esto consistía entonces el ascenso, el nuevo puesto por el que su jefe -ya ex- le felicitaba con tanto misterio, deseándole suerte en septiembre.

Todo eso pensaba, mientras permanecía de pie ante una especie de cápsula translúcida de color verde, escuchando a su jefe actual, a quien nunca había visto antes, vestido con una bata blanca.

J: Por último. El uso de los módulos 1 y 2 está rigurosamente automatizado y controlado por mí mismo; la lista de entradas y salidas es rigurosa, tiene un minuto de margen para entrar o salir; será avisado con una vibración en su ordenador de muñeca cinco minutos antes; tres faltas y a hacer mailings de nuevo, ¿todo claro?

A: Sip.

J: Y ahora escúcheme bien. Cada día le explicaré todo esto, puesto que diariamente, antes de abandonar su puesto, se le administrará esto (dice sacando del bolsillo del pecho una píldora roja y una sonrisa), un medicamento completamente inocuo que sustituirá sus recuerdos laborales por los de un Ejecutivo de Ventas en jornada intensiva. Si notase cualquier anomalía en su salud no olvide notificarlo inmediatamente...

A está ya hipnotizado con la píldora, la sigue con la mirada desaparecer de nuevo a la altura del corazón que tiene enfrente.

J: Es lo que acaba de firmar usted hace diez minutos.

A: Sí, sí, claro. No debería haber problema.

J: ¿Alguna pregunta?

A: ¿Mañana nos contamos esto de nuevo entonces?

J: Err, sí, todo lo anterior. ¿Salía usted entonces a las..?

A consulta, con toda la destreza que da media hora de familiarización, su nueva muñeca computerizada:
¡En 45 minutos! Voy, si no le importa, a prepararme.

J: Hasta la tarde.


Pero cuando A terminó aquella, su primera jornada laboral de ejecutivo de ventas en una multinacional, optó por (como más de uno y más de dos, seguramente) alojar en el hueco de una muela la pastillita que le dieran. Quería tener la oportunidad de poder recordar, durante unas horas, las anteriores vividas: no para contar a nadie lo insólito de su nuevo estátus laboral, sino para poder pensar... un plan.

Eso es. Tenía toda la noche para documentarse. Buscar datos, cotejar distancias y minutos porque mañana, en uno de sus viajes rutinarios al pasado, retrocedería veinte años y se buscaría a sí mismo para hacerse llegar un par de combinaciones de la Bonoloto, amén de una relación de datos "retrospectivos" de la web del Marca. Se impondría la justicia poética y ¿por qué?

Porque A estaba ya hasta los mismísimos de verse, a sus 47 años, currar de comercial casa por casa, repitiendo: "Hola, he venido del futuro para mostrarle el poder de la nueva Neutrex acción oxígeno"...

[ Pero, sobre todo, por esto. ]
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Cuando el reloj marcaba 12:19 AM |  12 comentarios 

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18 de Julio 2003

Un bichito en el averno

Ni Caronte se salvaba del calor. Vale que los Campos Elíseos estaban eternamente climatizados, pero era venir al Tártaro y, como uno más, sufrir los rigores... le quemaban las monedas en el hueco del jitón. Recordó el verano de Faetón y de Ícaro: "qué moda tonta", se dijo, secándose el sudor, y reprimió otros comentarios sobre los héroes, no fuese a ser que el Jefe estuviese por allí controlando con el casco puesto y pa qué queremos más. A currar: había que pelar un poquito a Cerbero, que como todos los veranos perdía dos o tres cabezas al día sólamente de rascarse. Animalito.

Le dio unas migas que guardaba del pastel que trajo Eneas para adormilarlo y, mientras le iba haciendo efecto la anestesia al bicho, se tomó él mismo una licencia que (como profesional liberal allí abajo) podía permitirse. Se sentó un minuto a descansar. Metiendo el brazo hasta el hombro por entre los pliegues de sus ropas, sacó desconfiado de las telas otra tela hecha un paquete, y envuelta en ella una flor. ¡Una flor! Era un hallazgo, nunca había crecido una así en el limo del Aqueronte, lleno de cardos borriqueros. Un tesoro, una rareza que él estuvo al tanto de arrancar.

Pensaba vendérsela a alguien, pero antes de eso quería constatar lo valioso de su suerte, fantasear un rato sobre qué podría pedir, y a quién, a cambio. Entre dos dedos, sostenida por el tallo, Caronte admiraba esa excepción de corola llamativa: ¿olería? Fue a ello, y con la intensidad de la inhalación no sólo extrajo el aroma de los pétalos, sino también a un par de mosquitos polizontes que allí estaban libando; uno acabó aspirado y aplastado contra la pared nasal, pero el otro aprovechó que el perro ya estaba ídem para colarse al Hades.

El mosquito, que era insecto pero no tonto, comprendió el panorama una vez dentro: "aquí todos lo pasan mal, nada más que de sufrir... ¡tendrán la sangre llena de azúcar, esta gente debe de estar garrapiñada!". Fuera de sí, el bichito atacó una por una a las cincuenta Danaides, salvando (con más dificultad a medida que iba engordando por el festín) cuarenta y nueve palmadas y un anforazo...

Huía zumbando, mirando hacia atrás con su visión múltiple, tan divertido por la gamberrada que cuando quiso darse cuenta se estampó contra una de las manzanas del árbol que negaba el alimento a Tántalo, haciendo tambalearse una de las frutas. Nadie como él, que desde abajo llevaba toda la Eternidad atento al subir y bajar de aquellos víveres, supo apreciar a cámara lenta el instante en el que la manzana (golpeada con la fuerza de la sangre de las hijas de Dánao) cayó en su boca: el momento imposible en el que Tántalo pudo, al fin, masticar y tragar.

Y así, negada la tautología, el infierno se deshizo.
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Cuando el reloj marcaba 11:14 PM |  3 comentarios 

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8 de Julio 2003

Pues ponte allí

Era hipocondriaco, en un momento de su vida comenzaron a ser frecuentes las jaquecas. Más que dolores de cabeza eran dolores EN la cabeza: de pronto estallaba una carga en el parietal izquierdo, sobre la oreja; o un respingo de dolor occipital le hacía ponerse recto. Molestias localizadas, focos de dolor dispersos en la geografía craneal... síntomas de estrés, le decían.

Pero al poco tiempo notó cierta "lógica" en las punzadas, siempre localizadas, siempre en los mismos sitios. A saber. Tras una caminata, al torcerse un tobillo, con un pisotón... mazazo en la frente; desconocía una indigestión, pero era consciente de que si comía fritos le ardería la sutura coronal... Alguien le dijo que los pabellones auditivos representaban dos fetos enfrentados que nos hablan, trasunto de "hijos" de la cabeza, que es un cuerpo. Se acordó de aquél póster de Freud en la que su cara es una mujer desnuda, y supo convivir desde entonces mejor con sus dolores: ya no le asustaban, porque comprendía a qué y de dónde venían, sabia dónde y porqué, en qué punto y a qué órgano vital.

Sólo temía a que un día le doliese la coronilla, el remolino que se peinaba cada mañana sin mirarse, el único punto de su corteza donde no le había pulsado nunca el organismo. Porque sabía que esa zona era la asociada a la cabeza y, mientras no le doliese ahí, todo iría bien.
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Cuando el reloj marcaba 2:16 PM |  2 comentarios 

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