31 de Diciembre 2003
93% de agua
CAPÍTULO UNO
LA CIENCIA DEL RAZONAMIENTO DEDUCTIVO
Sherlock Holmes cogió su botella del ángulo de la repisa de la chimenea, y su jeringuilla hipodérmica de su fino estuche de tafilete. Insertó con sus dedos largos, blancos, nerviosos, la delicada aguja, y se remangó el puño izquierdo de su camisa. Sus ojos se posaron pensativos por breves momentos en el musculoso antebrazo y en la muñeca, cubiertos ambos de puntitos y cicatrices de las innumerables punciones. Por último, hundió en la carne la punta afilada, presionó hacia abajo el minúsculo émbolo y se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en el sillón forrado de terciopelo y exhalando un largo suspiro de satisfacción.
A. Conan Doyle, "El Signo de Cuatro".
Ediciones Orbis, 1987.
Holmes resuelve todos los problemas. Pero no los del reparto de sus novelas (que también) sino los míos, dudoso honor que comparte con los Hermanos Marx, Les Luthiers o South Park. Hace casi veinte años (oh, Dios Mío) que no me chutaba las aventuras de los dos compis de piso más famosos del mundo (antes de la llegada de "Friends") y, como la canción de "Lidia, la mujer tatuada", ciertos escenarios y situaciones las recordaba de pequeño y las vuelvo a leer hoy en colores.
Y no eran gays, ¿eh? Watson liga. Que lo sepa Scotland Yard.
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