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6 de Septiembre 2003

Primera Comunión

Era el traje más caro de la tienda. Lo habían comprado dos meses atrás en Córdoba sin que valieran de nada las protestas del padre de Vicentito, que opinaba que en los comercios de Jaén también había buenos trajes de primera comunión y que no había necesidad de alquilar un coche para ir a Córdoba a comprar uno.

-¡Qué desastre eres! -le había dicho su dulce esposa -. ¡No sé ni cómo estuve para casarme contigo! ¿Qué quieres: dar lugar a que llegue el día de la primera comunión y resulte que hay otro niño vestido con el mismo traje que tu hijo? Y a lo mejor el hijo de un muerto de hambre que tiene a gala gastarse en comprar el traje todos los jornales de la aceituna para poder compararse a los ricos... ¡Tú fíjate qué afrenta! ¡Tú mira la afrenta que nos puede venir! ¡Vamos, que si tú lo que quieres es que yo pase por esa vergüenza no tienes más que ir a Jaén y comprar tú solo el traje y me ahorras a mí la molestia! O es que te crees que es para mí un plato de gusto tener que ir ahora a Córdoba con lo que me mareo en los coches. ¡Qué desastre eres, Vicente! Lo que te pasa a ti es que eres un descreído como todos los de tu familia y tu casta entera. ¡Ay, si ya me lo decían a mí! ¡Tú sabrás en qué casa te metes! Si donde no hay buenos cristianos no se le pueden pedir peras al olmo... ¡Ay, Dios mío, Jesucristo! ¿Qué te habré hecho yo para que me castigues así? ¿Qué pecado tengo? ¿Cómo he merecido yo esta cruz?

Fueron pues a Córdoba y allí compraron el dichoso trajecito después de andar y desandar lo menos cuatro veces todos los comercios de la ciudad. Por fin encontraron el traje.

[...]

Cuando Vicentito bajó las escaleras e hizo su triunfal aparición en el comedor, toda la familia interrumpió el desayuno y se levantó de la mesa para recibirlo. La abuela había sacado en su honor la mantelería bordada de las grandes ocasiones y toda la habitación olía a topa guardada, húmeda y alcanforada. Un enorme cuadro de la Santa Cena en relieve, con Cristo y los apóstoles en metal sobredorado, presidía la habitación. El Cristo tenía el brazo derecho articulado y contrapesado por un resorte invisible. Antes de comenzar cada comida, el abuelo le daba un golpe y el brazo se movía como si bendijera la mesa. Por chico que fuera el golpe las bendiciones aparentaban pasar de trescientas y muchas veces estaban dando fin a la sopa y el brazo seguía moviéndose...

Juan Eslava Galán, "El Mercedes del obispo y otros relatos edificantes".
Diputación Provincial de Jaén, 1990.

[Pondría el relato entero, pero tampoco es plan]
 Enlace a este texto


Cuando el reloj marcaba 2:54 AM |  6 comentarios 

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